Me llamo Guadalquivir: Mi nombre me lo pusieron los árabes y en su lengua significa "río grande".
Nazco entre montañas, en la Sierra de Cazorla (Jaén), entre piedras y árboles veo por primera vez la luz del sol.
Soy muy pequeño, y como tal, juguetón. Salto de piedra en piedra entre pinos, chopos y álamos.
A mis aguas vienen a beber muchos animales salvajes: el ciervo, el jabalí, el gamo, los conejos y las liebres juguetean conmigo. La trucha, el barbo y la boga nadan entre mis frías aguas cristalinas.
Las aguas de lluvias y los deshielos de las nieves me traen alimento para poder hacerme grande.
Poco a poco voy creciendo y continúo mi recorrido, sin descanso. El paisaje que veo ahora va cambiando, es más llano y con menos animales, pero me acerco a hermosas ciudades: Córdoba con su Mezquita y su puente romano. Palma del Río, donde se me une el mayor de mis afluentes, el Genil.
Ya soy un río-hombre y muy grande. Llevo mucha agua.
Pasada la presa de Alcalá del Río me acerco a donde tú vives. Camino de La Rinconada y despacio entre campos de naranjos y melocotoneros entro en Sevilla por la Isla de la Cartuja, entre puentes y parques modernos.
Mi paseo por la ciudad de Sevilla es una fiesta continua. En mis orillas voy dejando por un lado Triana y por otro la Catedral, la Maestranza y la Torre del Oro. Mi camino se acorta, entro en las bellas Marismas.
Entre terrenos que se empantana y se bifurca continuamente voy dejando la provincia de Sevilla. Me acerco al final. No muero, me uno al inmenso Océano Atlántico en un abrazo mutuo.
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